El compañero con quien Luis estaba más estrechamente relacionado era, sin duda, Liber Forti. La mayoría del tiempo vivía muy lejos, en Sudamérica. A veces pasaba también temporadas largas en París debido a uno de los frecuentes golpes militares que le obligaron a abandonar Bolivia, país donde se había asentado. Una vez leí: “Conocer a Liber Forti es empaparse de calidez y una apabullante humanidad.” Lo mismo experimenté: en mi paso por París, en el verano de 1980, le llamé para transmitirle un mensaje de Luis. En efecto, hablar con él, unos cuantos minutos, significaba dejarse llevar por su voz cálida. Sus palabras eran como una caricia. Sentí enseguida que no había nada fingido en lo que decía, que absolutamente todo venía del corazón.
Le conocí mejor durante una visita a Cochabamba en 1991, y después cuando estuvo semanas o meses en Barcelona, a partir de 2000. Las separaciones temporales y geográficas no tuvieron ninguna importancia para la relación de estos dos hombres, tampoco la ausencia de cartas durante largo tiempo. Una vez Liber se quejó al parecer de un largo silencio. Luis le contestó: “N-O / H-A-Y / F-A-L-T-A / D-E / C-O-M-U-N-I-C-A-C-I-Ó-N entre nosotros. Simplemente no hay cartas; es el aspecto más anecdótico de la comunicación. Cuando las cartas de mis amigos no me llegan, me las imagino.”